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  • Pedro Miguel /A mi aire

Tresbolillo

A mi aire / Pedro Miguel

No hay que ser un horticultor avezado para saber qué es el tresbolillo.

Se trata de una técnica de plantación, en la que se respeta una figura determinada: una planta, esqueje o arbolito, en la primera fila, dos en

la segunda, de nuevo una en la tercera, dos en la siguiente y así sucesivamente, con lo que cada dos filas se forma un triángulo equilátero. Esta técnica se ha trasladado también al reparto de los fieles en iglesias y templos en estos tiempos de pandemia. La operación matemática es simple: si los bancos tienen una capacidad de cinco personas, como ocurre con frecuencia, y sólo sentamos a tres asistentes -uno en cada banco impar, por ejemplo, y dos en el par, etc.- reducimos la capacidad de diez feligreses cada dos bancos a tres; es decir, queda en poco más de un 30 por ciento. Que es lo que hoy se autoriza en muchas de nuestras Comunidades Autónomas.




Viene esto a cuento de que, mientras la situación no mejore -y por ahora no parece avanzar por ese camino- el tresbolillo puede acabar de imponerse, con esa figura triangular o con cualquiera otra, en nuestras vidas como lo más natural del mundo. Porque no se trata solamente de los lugares de culto. Lo mismo se impone en cines y teatros, en salas de conferencias y espacios de ocio, multitud de comercios y peluquerías, salas de espera de los dentistas y hasta en locales de apuestas y churrerías, por citar algunas actividades al vuelo. Y no podemos olvidar las colas de todo tipo: en fruterías y supermercados, ferreterías y bazares chinos de todo a un euro.


Nos estamos acostumbrando a sufrir todos los inconvenientes

e impedimentos de la nueva anormalidad. Hemos llegado a un punto

en el que todo lo vemos como la cosa más normal y natural del mundo. Todavía nos alcanza la memoria para recordar que las únicas filas -o casi- de este país eran las colas de los accesos a los campos de fútbol el día de competición, la entradas a las plazas de toros y las colas de paro, cada día más nutridas y variopintas. Hoy hay que esperar pacientemente para sellar la primitiva, adquirir un medicamento, comprar el pan o unos pasteles...

Y lo más triste de todo: las filas del hambre, cada día más nutridas y con

las reservas de alimentos surtiéndose, como los pantanos al borde del agotamiento, de los lodos de sus últimas existencias.


"Insisto en lo de bisiesto, que estos años largos siempre han traído mal fario"


Si volvemos la vista atrás veremos que en el arranque desafortunado de

este año bisiesto -insisto en lo de bisiesto, que estos años largos siempre han traído mal fario-, a nadie se le pasaba por la cabeza que hoy viviríamos como lo estamos haciendo, con la angustia en el corazón y suplicando porque el bicho no se fije en nosotros: nuestro único objetivo es sobrevivir. Aunque nadie sepa, a ciencia cierta, cómo hacerlo. Políticos y científicos no se ponen de acuerdo, aunque estos últimos no disponen de un BOE entre sus recursos y saberes.


Y en medio de ambos bandos, la gente, el hombre y la mujer de la calle, sin poder hacer nada y sin que nadie le pregunte qué espera del futuro. Como la ratita del cuento infantil, sólo se nos permite dormir y callar. Mientras algunos jóvenes muestran su disconformidad con actuaciones callejeras

y algarabías varias, el resto de los mortales -y nunca mejor dicho- parecen coincidir en que no importan sacrificios si a cambio conseguimos erradicar la pandemia y encaremos unas navidades blancas y familiares. Muchos invocan el confinamiento domiciliario como panacea de todos nuestros males, mientras que otros, con poder para hacerlo, parecen esgrimir esta posibilidad con ribetes de amenaza: o sois buenos o ya sabéis lo que os espera... Y como la medida no es en absoluto deseada, nadie quiere correr con la impopularidad -contada en votos- que una decisión de este tipo acarrearía.


"A la hora de elegir entre salud y economía, será preciso mojarse, porque no se trata de soluciones compatibles precisamente"

No parece sin embargo, al menos a día de hoy, que podamos esquivar un nuevo confinamiento familiar o de convivientes, aunque menos riguroso que aquél al que nos sometimos -o nos sometieron, mejor dicho- en marzo

y abril. Porque hay muchos intereses en juego y los económicos no son los menos importantes. A la hora de elegir entre salud y economía, será preciso mojarse, porque no se trata de soluciones compatibles precisamente.

Con un paro galopante y decenas de miles de pequeñas empresas en los umbrales del hundimiento total, con cientos de miles de trabajadores con el futuro laboral más negro de nuestra historia llamando a sus puertas, las disquisiciones filosóficas sobre cuál es la salida que hay que primar, es como ponerse a discutir sobre el sexo de los ángeles con los estómagos de muchos españoles rugiendo de hambre y necesidad. El único horizonte que se abre ante nosotros es, precisamente, el de esas Navidades blancas que muchos ven en blanco y negro. Tristes, sí, aunque esperanzadas.

Lo demás, todo lo demás, es un brindis al sol o


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