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  • Pedro Miguel /A mi aire

Subliminal

No escarmentamos. Somos unos crédulos de tomo y lomo. Con técnicas y recursos al alcance de todos, estamos sometidos a un bombardeo constante de medias verdades y mentiras enteras. Todo ha dejado de ser del color con que se mira para pasar a ser del color de quien lo cuenta. Los mayores dislates -anónimos, claro- discurren con la mayor naturalidad, sin posibilidad de comprobación y sin que nadie puntualice o rectifique. Es lo que antaño se conocía por información, aunque lo más propio, hogaño, sería denominarlo desinformación. Y lo peor de todo es que no hay forma de ponerle coto. Nos tragamos todo. Somos esclavos en el reino de las fake news.


Más allá de las mentiras más descaradas y tendenciosas, entramos de lleno en el terreno

de la comunicación subliminal.



A tal extremo han llegado las cosas que existen auténticas factorías de manipulación, al más puro estilo de la propaganda goebbelsiana y sus tristemente famosos once principios. Hay uno -el tercero- que cobra especial relieve en los tiempos que vivimos: Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan. Lo que tiene plena validez desde el fútbol hasta la alimentación, por no entrar en el resbaladizo terreno de la política. Y esto no es lo peor de todo. Cuando, por ejemplo, como nadie advierte que esas pretendidas noticias, o falsas noticias, no son información auténtica sino publicidad, o propaganda, nos están privando, sin nuestro consentimiento, de la única arma de defensa a nuestro alcance: el conocimiento, la verdad.

Y como no podemos discernir, somos las víctimas propiciatorias y el objetivo de todo tipo de mensajes capciosos y falaces.


Viene esto a cuento de un "demoledor artículo" (sic) profusamente distribuido por las redes y atribuido al escritor e hispanista británico Gerald Brenan ("El Laberinto español"), con precisas y contundentes consideraciones sobre España y algunos políticos españoles de la actualidad. Cuesta creer que Brenan, fallecido en 1987, hubiera podido exponer su opinión sobre Sánchez o Zapatero y sus últimas maniobras. O se trata de otro autor o el artículo de marras es una mixtificación.


Más allá de las mentiras más descaradas y tendenciosas, entramos de lleno en el terreno de la comunicación subliminal. Que existe, de una u otra forma, aunque nadie lo reconozca. Vayamos a un ejemplo de allende nuestras fronteras, para entenderlo mejor. Cuando François Mitterrand era presidente de Francia, y poco antes de producirse su reelección al frente de la República Francesa, acaecida en 1988, la televisión estatal cerraba sus emisiones, por la noche, con una preciosa filmación de una ondeante bandera tricolor, con el sonido de La Marsellesa.


"Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan"

Pero no advertía -y aquí está el detalle- de que cada equis imágenes se había incluido una foto fija de Mitterrand, en pose presidencial, que no era percibida conscientemente por la audiencia aunque sí era retenida por sus retinas. Y a pesar de que no se captaba tenía su efecto, claro: Mitterrand barrió en las siguientes elecciones (54 % frente al 46% de Chirac). Episodio que recogía, en su día, el semanario Paris-Match.


Las posibilidades de los mensajes subliminales no eran inéditas. Lo mismo sucedió con un primer experimento llevado a cabo por Coca Cola en los tráiler previos de algunas salas de exhibición cinematográfica de Estados Unidos. Y con el mismo resultado: en el descanso, antes de la proyección de la película, los espectadores se abalanzaban sobre la barra de sodas para disfrutar con urgencia de la bebida que, sin haberlo autorizado, se había convertido en la favorita; incluso aunque consumieran habitualmente un refresco de la competencia.


Se trataba, solamente, de un experimento del que se dio cumplida noticia y que no fue -entonces- más allá. La cuestión radica en conocer si se sigue experimentando hoy. Y no precisamente con refrescos. Si todavía sigue vigente -en la práctica- el recurso a la difusión subliminal de hechos y dichos, es algo sobre lo que apenas se ha comentado. Se ha especulado con que era una práctica prohibida o que transgredía gravemente la ética.

¿Y qué? Mucho hay que temer que la ética no sea uno de los puntos fuertes de estos manipuladores de la verdad y la razón. De ahí la importancia recobrada del viejo adagio del periodismo sajón, seguido a rajatabla, al menos hasta hace no muchos años, en el Reino Unido: Los hechos son sagrados, los comentarios libres. Porque sabido es que si se nos ocultan o distorsionan los hechos, nunca alcanzaremos a conocer la verdad.


Hoy, conviene poner toda información en cuarentena, que es una medida sabia y prudente. Si no se actúa con más prudencia, se está contribuyendo a que se impongan como verdades las fakes más disparatadas. Y no es cuestión de dar la razón a Goebbels pero, también hoy: Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad. Pura propaganda nazi al alcance del más pintado. ¿O no?

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