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  • Juan Ramón Puyol

Instantáneas

Cuentitos cortos, pequeñas historias de Juan Ramón Puyol.


Juan Ramón Puyol


i1. Las estaciones.


En otoño el árbol filósofo muda sus hojas. En cada una de ellas, liberadas por el viento, hay escrita una sentencia, un proverbio, una idea. Nadie conoce su grafía. Nadie conoce su lengua. Luego, la tormenta, deshace y dispersa su sabiduría. La tierra diluye y bebe los mensajes así ocultos. Luego llega la primavera y crecen las hojas nuevas alimentadas con el humus de las muertas. Así año tras año.



i2. Amor.


Tras una larga noche de amor estrellada, dos amantes pasean abrazados solos por el bosque. Ahora se miran. Por un instante cada uno se ve abrazándose a sí mismo, a la vez. Turbados, no dicen nada. Pasean por el bosque.


i3. El viaje.


Dos extraños solitarios dormitan arrullados por el traqueteo del tren y el calorcillo del sol de invierno que entra por la ventanilla del compartimento. Cuando se detiene, el más joven, recoge apurado su maleta y baja corriendo. Mientras se aleja mira hacia atrás mientras el tren continúa su marcha. El viejo mira a los ojos del joven desde la ventanilla. Sus miradas se cruzan y comprenden que cada uno conoce el terrible secreto del otro. Han estado hablando en sueños. No saben nada más el uno del otro, solo su secreto.




i4. El pozo.


Digo pozo y digo otra cosa distinta a un agujero redondo y profundo en la tierra: es un cuartucho oscuro e inmundo, a la vista de todos, ignorado por todos, en medio del zoco. Por un hueco en la pared sale un humo pestilente y ancestral y la luz de un fuego.

Dentro una montaña de miles de cuernos de carnero sanguinolentos y ennegrecidos. Semienterrado en el montón ¿un hombre? quema el tuétano con hierro ardiente. Digo pozo y siento aquel agujero.


i5. El ensayo.


Contra el fondo negro del escenario refulge, mágica, la silueta cegadora de una bailarina con tutú. Hace equilibrios en la cuerda floja tendida entre dos sillas. Cae. Solo yo me río.




i6. El polvo que seremos.


Un perro se revuelca sobre la tierra reseca de un parque de atracciones abandonado. Levanta una nube de polvo y su alma se la lleva el viento.


i7. El encargo.


Del refranero: “cada día tiene su afán” y hoy le toca muerto. Todos vamos, afán tras afán, gastando nuestra vida inútilmente, sin sentido. Pero hoy le toca muerto. Para el asesino a sueldo es un día especial; y no digamos para el que esta noche recibirá su visita.


i8. Simbiosis fúnebre.


Un carnero salvaje se engancha, por accidente, con el cuerno derecho a una arbolito mientras ramonea a su alrededor. La curvatura de la cornamenta y el tronco encajan en terrible conjunción: el animal no puede zafarse. Solo consigue trazar en el suelo un círculo polvoriento y perfecto en torno al árbol.


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La madera de aquel bosque remoto es famosa, porque, de vez en cuando, aparece el cráneo armado de un carnero, incrustado en un troncho talado. Nadie sabe bien cómo llegan hasta allí esas cabezas. Nadie ha visto nunca la lúgubre danza del chivo.


Juan Ramón Puyol


i9. Un domingo triste.


La primera vez que vio un muerto tendría unos ocho años. Fue en la carretera que circunvala la Ciudad de México que llaman el Periférico. Era un domingo lluvioso a la hora del aperitivo. La visión fue fugaz pero el tráfico era suficientemente lento para grabar en su memoria la imagen: un hombre de mediana edad con bigote bien arreglado y cara de póker que le miraba desde el asfalto donde un hilo de sangre bajaba hasta un charquito de agua que la diluía. El hombre de mirada triste parecía enterrado hasta el cuello en el asfalto mojado. Años después comprendió que aquel hombre debió perder la cabeza en el accidente y que había quedado cojo de pie por casualidad y que la mirada quedó congelada tras los cristales donde lloraba la lluvia.




i10. Caminos.


Volví años después a los bosques que recorrí una vez en mi juventud tras los pasos de Siddhartha y descubrí que aquellos senderos ya no eran los mismos sino los de aquellos que derrotados levantan el polvo de los caminos que llevan a Comala.


Por la noche las estrellas no estaban donde solían: la Osa Mayor había perdido la cabeza y el Norte, Orión había reventado el cinto y Casiopea ¿Dónde está Casiopea?


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