top of page
  • Pedro Miguel /A mi aire

Insensatos

Por Pedro Miguel


Da pereza escribir de pandemias, coronavirus y covides, porque los argumentos abundan -en demasía- y los hay, ante nuestra confusión y asombro, para todos los gustos y desesperaciones. Se han dicho tantos disparates, se han formulado tantísimas opiniones, amenazas y rectificaciones, con fundamento y motivo algunas, fakes las más, que el personal no sabe a qué quedarse. Pero, ¿es que alguna vez lo ha sabido? Aun hoy, al cabo de ciento y tantos días, el respetable se debate entre incrédulo y atemorizado, pelín aburrido, bastante cabreado y profundamente desencantado. De todo y de todos. Porque mucho hay que temer que esto no acaba aquí.


No me gusta jugar a profeta ni hago profesión de pronósticos y adivinaciones. Pero es que esto pasa ya de castaño oscuro. No ya por estar hasta la coronilla de los consejos oficiales distribuidos a través de tostonazos televisivos y con cifras que no cuadran ni con el auxilio de una regla de cálculo. Pero ahí están, como si se tratara de una letanía de verdades absolutas. Y nosotros aquí, aguantando todo y esperando, con un ápice de esperanza temerosa para que, con un poco de suerte, el mal bicho pase de largo y ni nos roce.


Ahora nos dicen que son los jóvenes los menos obedientes y, consecuentemente, los que más riesgo asumen. / Maskao



Pero, ¿qué está pasando aquí?. Ahora que los cadáveres escasean y que las víctimas, afortunadamente, se van reduciendo con el paso de los días, todo son amenazas de brotes y rebrotes, porque las normas de la "nueva normalidad" no las sigue ni el que las inventó. Vamos, que da la impresión de que no quieren dejarnos dormir tranquilos. Ahora nos dicen que son los jóvenes los menos obedientes y, consecuentemente, los que más riesgo asumen. Para ellos mismos -aunque no terminan de creérselo: piensan que se trata de otra fake- y para todos los demás, especialmente para los mayores que, de nuevo, una vez más, parecería que abrazan el COVID con un simple estornudo. Y es que en plena adolescencia no son capaces de creer que ellos también pueden contagiarse, ser carne de cañón. Es una insensatez, pero "...así es la rosa", que dijo Juan Ramón.


Anécdotas las hay a tutiplén. Basta con pasear por calles y avenidas de una ciudad cualquiera para comprobar que la juventud invade las terrazas, sin mascarilla alguna y con una distancia física que oscila entre los diez y los treinta centímetros, entre abrazos, toses, gritos y carcajadas, y hasta con algún estornudo que otro para animar el cotarro. Y sin nadie que les píe. Es lo que hoy entiende nuestra muchachada por fiesta, sin necesidad de entrar en botellones, cumpleaños y reencuentros multitudinarios.


Es lo que se lleva: la rebeldía al extremo, como si fuera el mejor de los antídotos. Y los demás, todos los demás, claro, aquí estamos, viéndolas venir...


"Es como si todo lo que está ocurriendo, y lo que todavía nos queda por sufrir, no fuera con ellos. Aunque sí que va"

Estos comportamientos, semejantes dosis de irresponsabilidad, son socialmente inadmisibles. Y lo peor de todo es que no se curan con un incremento de la presencia policial ni con una lluvia generalizada de multas y sanciones. No. Las soluciones no pueden ir por ahí. La solidaridad, la consideración por los demás, caer en la cuenta de que una reacción poco respetuosa con las normas que rigen la "nueva normalidad" puede acarrear consecuencias gravísimas, es el primer paso. Hablo de educación, cultura y respeto, términos que no parecen haber sido asumidos del todo -o en parte, al menos- por una parte de la nueva "casta" juvenil. Es como si todo lo que está ocurriendo, y lo que todavía nos queda por sufrir, no fuera con ellos. Aunque sí que va.


Al margen de esos pequeños brotes que surgen aquí y allá, parece que lo peor está por llegar. Quienes de esto saben hablan, aunque no todos los científicos e investigadores están de acuerdo, que la pandemia se recrudecerá allá por octubre. Cierto o falso, todavía estamos a tiempo de que nos pille mejor preparados. Y, sobre todo, de que esa legión de incrédulos que a día de hoy parecen no tomarse en serio la amenaza de este coronavirus tan voraz -¡maldito coronavirus!-, no se cebe en quienes hoy se toman tan a la ligera las amenazas mortales de tan terrible enfermedad vírica.


Porque todavía queda un aspecto en el que no parecen reparar, por pura ignorancia hay que suponer: las secuelas de la pandemia. Muchos de los que han sobrevivido al COVID-19 tiene por delante un angustioso calvario de complicaciones, de las que pocos hablan y nadie sabe cómo saldrán y si podrán superarlas. Un muy triste panorama, ciertamente, en el que no puedo dejar de pensar cada vez que paso por una de esas terrazas de la felicidad, desbordantes de risas y alegría. ¿Fue Rubén quien dijo -en soberbio poema- aquello de "Juventud, divino tesoro (...) cuando quiero llorar, no lloro y a veces lloro sin querer:..."? Ojala no nos veamos impelidos a llorar de nuevo o


 

PUBLICIDAD




28 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

Σχόλια


bottom of page