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  • Marian Giménez

El lobo

Se había formado una inmensa laguna, en uno de los parques del barrio. Un parque, por lo general abandonado, lleno de basura. Aquejado de la profunda sequía, los árboles parecían hacer un esfuerzo enorme por mantenerse erguidos. No podían respirar, cubiertos de polvo y suciedad transmitían sorbos de aire a borbotones, como si fuera el final. Los columpios para los niños, mostraban ese aspecto resquebrajado y envejecido del tiempo. Tenían arrugas por todos sus elementos. A duras penas, se mantenía el Canal Bajo, la gran obra de ingeniería de otros tiempos, con sus viajes del agua que abastecían la ciudad. Todo era un paisaje caduco y feo. Las plantas agostadas por el calor y estropeadas por un frío sin lluvia y un cielo gris, encapotado de contaminación. En sus arcos, se alojaba mucha gente sin vivienda. Ahí estaban entre la podredumbre y la miseria.


Foto Gary Kramer / Wikimedia



En estas estábamos, cuando algo invisible y oscuro, que no veíamos con nuestros ojos, empezó a invadirnos. Era una pandemia. Después surgieron los confinamientos, el estado de alarma, salir o no con mascarillas. Todo era un ruido de opinadores, expertos y ruedas de prensa por pantallas. Pero los muertos, en su silencio ya no encontraban tierra donde descansar. Los vivos, sin poder tocarnos y con mucho miedo. Miles de trabajos perdidos, la incertidumbre y el espanto eran los compañeros de viaje.


En estas estábamos, cuando abril aguas mil, decía el refrán, hizo su aparición. Llovía y llovía hasta inundar el parque, árboles, columpios y canal. En medio la laguna, alimentada por el antiguo arroyo, que en tiempos existía y que ahora renovaba su brío para ocupar el antiguo cauce. Vinieron las aves migratorias o quizás no. Solo eran nuevos habitantes, que se habían pasado el mensaje a miles de kilómetros y emprendiendo el vuelo, encontraron una tierra nueva donde vivir y multiplicarse. Desde la azotea, pude ver colibrís, ajenos al dolor que nos recorría, exhibiendo con toda la alevosía su plumaje e intensos colores. Las aves zancudas, se bañaban en la laguna y de su pico colgaban los peces para alimentarse. No se sabe cómo, pero habían conseguido reproducirse. Cohabitaban allí, jabalíes, jirafas, ciervos. La verdad es que estábamos atónitos y sin poder dar crédito de lo que estaba ocurriendo. En el exterior, la sordidez y la inmundicia de los negocios seguían su camino. Unas bocas sucias, nos anunciaban que se construiría, cuando todo pasara, un gran monumento a las víctimas de esa entidad invisible que nos habitaba. Los sanitarios eran considerados héroes de guerra. Las bocas sucias, se hacían fotos, para que viéramos su gran generosidad al estar al lado de los héroes. Pero mantenían la opacidad en aquellas residencias para personas mayores, donde solo existía el tiempo para morirse. Y los trabajadores, esos héroes, cuidadores, sobrevivientes con sueldos de miseria, absolutamente desprotegidos. Hacía tiempo que ellos mismos junto con las familias, venían denunciando la situación.


No, no era una plaga bíblica, ni un castigo de la madre naturaleza. Era el fruto de calcular dinero y solo dinero.

No, no era una plaga bíblica, ni un castigo de la madre naturaleza. Era el fruto de calcular dinero y solo dinero. Beneficios incontables a costa de tanta gente mayor. Infraestructuras públicas, disminuidas, recortadas, arrasadas por monstruos feroces.


En estas estábamos, cuando el viento traía el olor a tierra mojada y las nubes descansaban. Se podía sentir el perfume del campo, la fragancia de las flores que asomaban en completa voluptuosidad. Elegantes, vestidas de amarillo, violeta, y un azul intenso. El parque parecía el paraíso. Un Edén, un rincón, para contemplar al que no podíamos bajar.


Madrid estaba limpio y lleno de muerte a la vez. Contemplábamos la sierra, al fondo sin contaminación, pero nuestros hospitales estaban al completo. Era el vacío, sin tocarnos, sin abrazarnos. Anuncios cansinos, todos los días para el confinamiento. Nueva serie, lecturas infinitas pero en muchos casos sin tener concentración para poder leer. Ejercicios, recetas de cocina, música, deberes y colegio online para los niños, (solo para familias con internet y ordenador). Toda una sociedad de consumo y sus productos. ¿Qué podíamos hacer?


En estas estábamos cuando apareció el lobo. No era una noche de luna llena. Era la plena luz del día.

En estas estábamos cuando apareció el lobo. No era una noche de luna llena. Era la plena luz del día. Se miraba en la laguna, una y otra vez, cual narciso irredento. En realidad, creo que se miraba, para reconocerse, para coger fuerzas y poder mirarnos. Levantó por fin su cabeza. Esos ojos cristalinos y profundos me alcanzaron, en realidad nos alcanzaron a todos. Olfateabas el viento y la lluvia de abril. En tu memoria estaba la fogata de los cazadores, al acecho para salir en tu búsqueda, para darte muerte. Pero tú resistías. Caminabas las estepas, las grandes llanuras, subías las montañas y llegabas a casa. Te encontrabas con los tuyos y cooperabas. Nunca los dejaste solos. Por eso, creo que apareciste, para decirnos que no estábamos solos. Caí en un profundo sueño. Ahora sí era luna llena. Escuché tu aullido y logré entender lo que nos decías:


Seguirme por el sendero de la vida

caminaré a vuestro lado.

Yo os ayudaré

Y os mostraré el camino.

No voy a dejaros.

Estaré de pie en el sendero,

mientras os miro.

Si os sentís solos,

cerrar los ojos

y veréis seis huellas.

Dos os pertenecen a vosotros,

cuatro son mías.

Entonces sabréis que nunca os he abandonado.

(Versión modificada de una oración nativa americana) o


 

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