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  • Foto del escritorMaskao Magacín

Cuentos cortos

Dos cuentos fascinantes de dos autoras. Elvira Cámara Aguilera, profesora titular del Departamento de Traducción e Interpretación de la Universidad de Granada y escritora.

Y María José Mares, artista plástica multidisciplinar de la ciudad de Cádiz.



VIDAS CRUZADAS

Una nube blanca, como polvo estelar, le nubla la vista. Al salir de ella se siente rara. Mira a su alrededor y la plaza es la misma. Los centenarios plátanos siguen siendo el cobijo de estorninos y la ligera inclinación del suelo le devuelve la frescura necesaria para asegurarse de que los zapatos que calza no los ha llevado nunca antes. De tacón bajo y ancho, de color marrón oscuro y sin adornos, acababan en punta semicircular. Son zapatos más propios de su madre que de una chica de veintitrés. Más sorprendida que asustada sigue desde allí el recorrido de su cuerpo. Lleva un vestido de flores grandes en tonos marrones sobre un fondo de marfil. Se mira los brazos. La piel, ligeramente tostada, le trae el recuerdo de la arena de la playa que con tanta facilidad riza el aire de cualquier atardecer. Después contempla sus manos. Dos alianzas en el anular derecho delatan su estado civil. Las venas que las recorren amenazan con romperse de un momento a otro y las manchas que las motean no hacen sino atestiguar una vida de trabajo y esfuerzo. La curiosidad no la ha abandonado aún cuando comienza a ser consciente de que una nueva realidad amenaza con dejarla en estado de shock. Busca dentro del bolso marrón y halla un pequeño espejo. Se arma de valor, contiene la respiración unos segundos y se lo acerca al rostro. Quiere empezar calculando su edad. Se dice a sí misma que debe tener unos sesenta años. De aspecto cuidado, la cara no parece delatar la vida de trabajo que acusan sus manos. Tan solo los ligeros surcos morados, ahora disimulados con el maquillaje, parecen confirmar el paso por una vida quizá sencilla pero no exenta de angosturas. Sabe que, de seguir caminando, irá a una cafetería a pocos metros de allí donde periódicamente se reúne a desayunar con varias amigas.


Se sorprende por llevar zapatos de punta fina y tacón alto. Hace tantos años que no es capaz de calzar tacones, que ya casi no se acuerda. Se siente bien. Elegante, joven; enérgica, se desplaza con paso firme. Le gusta sentir el eco de sus tacones en armonía con el balanceo de sus caderas. No sabe qué ha pasado pero no tiene prisa por averiguarlo. Quiere disfrutar del sueño. Porque… seguro que es un sueño… no puede ser de otra manera. No quiere recordar que su realidad es la de una mujer de sesenta y tantos años, con formación pero que renunció a una carrera profesional por sacar adelante a sus hijos con el sueldo de un marido médico que murió hace más de nueve. No se arrepiente, pero… si volviera a nacer… (se mira los zapatos, el pequeño bolso que cuelga del hombro y el maletín que porta en la mano derecha), si volviera a tener la oportunidad… si no despertara de este sueño… Siempre habría alguien que podría cuidar de sus hijos tan bien como lo ha hecho ella, alguien que le ayudara en el quehacer doméstico, alguien que recogiera los platos rotos de un buen marido pero… al que, de vez en cuando, solo muy de vez en cuando, se le subía el puesto a la cabeza y la tachaba de ignorante, de no haber ejercido su carrera de derecho, de no haber ayudado al sostenimiento familiar… En fin, mejor no recordar, no. Mejor seguir flotando en esa nube o sueño o lo que quiera que fuese, que le está permitiendo calzar el cuerpo de una joven jueza, qué casualidad, que se dirige, ¿y no sabe muy bien cómo lo sabe pero lo sabe―, a celebrar un juicio de separación por malos tratos. Y será justa, no le cabe la menor duda, su sentencia será justa.


Sabrinas rojas. Ella nunca ha llevado zapato plano. Desde muy joven le gustó llevar tacón. A ser posible alto. Le estilizaba la figura, le hacía las piernas más largas y, cómo no, atrapaba las miradas. Y ahora llevaba sabrinas. Nada de tacón. Y vaqueros ajustados. Y camiseta de amplio cuello de barco. Su pelo largo y rizado agitana sus rasgos. No lleva bolso; se acerca a un escaparate para tener una primera impresión de esa nueva imagen. Cómo ha llegado a cambiar tanto su aspecto es algo que no se explica pero tampoco le preocupa demasiado. Lleva una carpeta. La abre. Apuntes y más apuntes de Literatura española. Mira el reloj. Si no se da prisa llegará tarde al examen. Es el último y lo ha preparado muy bien. Presiente que el resultado será positivo. Su novio la estará esperando a la salida de la facultad y se irán a comer juntos. Pero… ¿cómo sabe todo esto? ¿Dónde está su verdadera identidad? ¿No había estudiado ella Derecho? ¿No había estado preparando oposiciones a judicatura durante más de tres años? ¿No era jueza, separada, con un hijo y toda una vida personal y profesional por delante? ¿Por qué ahora se había convertido en una joven de veintitrés años a punto de terminar sus estudios en Literatura española? ¿Le gustaba calzar aquellas sabrinas rojas o prefería sus zapatos de tacón alto y punta fina, a juego con su traje de falda estrecha y chaqueta azul marino con vivos en blanco? Si no estaba segura, solo tenía que chasquear sus dedos dos veces y todo volvería a ser como antes. Dudaba. Quería conocer al chico. Después decidiría.


Al pasar por la plaza de la Trinidad, la trayectoria de tres mujeres se cruza formando un triángulo y lo que ninguna imagina es que, al hacerlo, las tres quedarán enganchadas en la hebra invisible que ata la vida de las otras. Así, por unos instantes, o quizá unas horas o, quién sabe, unos días, cambian sus vidas, entran a formar parte de un mundo desconocido, soñando, degustando, sorprendiéndose ante lo que el caprichoso cruce les está deparando.

Elvira Cámara Aguilera


"Vidas cruzadas", es un cuento perteneciente al libro:

Memorias de una noche y otros relatos", Editorial Lastura (2015)


 


CREMALLERAS

Es tarde, aún no sabe cómo, pero le ha vuelto a suceder, se echa en la cama, y alcanza el móvil que lo tiene cargando, para mirar la hora. ¡Uf! Tardísimo. Acaba de salir de la ducha, se despoja de la toalla, y empieza su carrera contrarreloj. Abre el armario, no puede pensar mucho en qué se pondrá, coge unos vaqueros, una camisa negra. Un chaquetón, unas botas y un buen collar, complementará su look de hoy. Suena de fondo en la radio una canción de amor, bueno realmente es de desamor, como casi todas. Mientras canta, va vistiéndose. La toalla envuelve su pelo mojado. Se pone los vaqueros y… ¡No! No puede ser, la cremallera no cierra. Lo intenta, una y otra vez, pero, nada. Se tira a la cama, eso nunca falla. Acalorada, nerviosa, la toalla cae y deja libre su pelo mojado. Se concentra, en cerrar esa cremallera, es una lucha entre ambas. ¡Zas! Una uña rota, la batalla ya ha tenido consecuencias. Respira hondo y lo consigue. Cremallera cerrada. De nuevo mira la hora. No quiere llegar tarde, es una cita importante, mientras piensa en ello, va abrochándose la camisa, se mira al espejo, hace una pequeña pose, de un lado, de otro, Ok, al menos no tendrá que probarse más ropa como otras veces, eso le hace sonreír.


Del dormitorio al baño, va corriendo, pero sin perder el ritmo de la canción, se seca el pelo a lo loco, hoy no hay tiempo de planchas. Vuelve a mirar la hora, sonríe, y corre a ponerse las botas. ¡No! Otra vez no, con las prisas, se ha quedado con el enganche de la cremallera, ¡se ha roto..! ¿Qué le pasa hoy con las cremalleras?


Otra batalla con la cremallera, ahora ni sube ni baja. ¿Tenía que ser precisamente hoy? Se recoge el pelo.

Suspira, y se habla a sí misma, para relajarse. Tiene que pensar en una solución. Vuelve a recostarse en la cama, y por un momento solo ve cremalleras. Cremalleras que abren y cierran. Algunas veces, le abren hacia un mundo de color, y otras muchas le cierran ese mundo, y le hacen ver todo negro. Quizás, sea un negro brillante, pero le limita ver ese mundo de color, tiene que encontrar la forma de controlar esas cremalleras.


Por un momento, su mundo se ha parado, sigue echada en la cama; su prisa, sus nervios, todo ha desaparecido. Es como si de una forma extraña hubiera entrado en un paréntesis. Sólo piensa en cremalleras, vuelve al pasado. Quizás no supo abrirlas en el momento adecuado, quizás más de una vez, con tanto ímpetu de entrar, ya sea en ese mundo de color o en la vida de otra persona, se haya quedado con el enganche en la mano. U otras no ha tenido la suficiente fuerza para cerrar de una vez por todas, hacia todo lo que signifique negatividad. Cremalleras, que si baja dejará que sus ojos puedan ver toda la belleza y el color, porque muchas veces serán cremalleras que la introduzcan a esos mundos, momentos o situaciones. Pero otras muchas, serán las que impidan que pueda ver. A medida que vaya bajando, sus ojos querrán empaparse de todo. Sus ojos estarán ansiosos de disfrutar del placer de ver. ¡Cuántas cremalleras! Cremalleras sociales, políticas, amorosas.. que cohíben, coartan, coaccionan, limitan…


Sigue tumbada en la cama, a medio vestir, pensando... Y de momento, se sienta de golpe, vuelve su prisa, sus nervios, y sobre todo su sonrisa, como si de aquel dibujo animado se tratara, Vicky el Vikingo, se le ocurre una idea. Un clip, si un clip, eso que sirve para casi todo, se ríe, y corre a buscarlo. Lo introduce en la cremallera de la bota, y ya está. Solucionado. Eso le hace pensar, a partir de ahora, tendrá que buscar clips para su vida personal, para subir o bajar aquellas cremalleras que cohíban su vida. Mira de nuevo la hora, es muy tarde, pero se siente bien, después de tantos contratiempos. Sólo le queda ponerse el chaquetón y coger el bolso. Cuando va a abrochar el chaquetón, ve la cremallera, ¡nooo! Por un momento ha recordado, como otras veces se le ha atrancado la cremallera y de forma ridícula ha tenido que quitárselo como si fuera un jersey. Se imaginaba así, en su cita tan importante de hoy.


No, no, no.. Se ríe a carcajadas, deja el chaquetón, y vuelve al armario, por un abrigo y por supuesto con botones… Hoy no quiere más cremalleras, ni en su ropa, y por supuesto, menos aún en su vida.

María José Mares


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