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  • Foto del escritorMaskao Magacín

¿Cambios?

Por Maia Brisé


Durante la última crisis financiera de 2008, creímos que el mundo daría un vuelco para hacerse más humano y menos especulador. Parecía que la realidad ponía a la avaricia en su sitio y la ética, la moral, llegaba al mercado de valores, pero fue solo un espejismo. Apenas volvimos a tomar aire, con la cara todavía amoratada por la asfixia, los bancos inventaron nuevos cargos y comisiones nimias; por ingresar dinero en cuentas que no fueran de una o poner el motivo del ingreso. Dos euritos por aquí, tres por allí que multiplicado por los miles de operaciones, les aumentaban los ingresos.



La avaricia que creímos se iba a domar, volvía socarrona y tajante: "es el mercado, amigos", no hay negociación. Pero ahí no terminaba el asunto, los "pobres" bancos y cajas, necesitaron ayuda. Que la mayoría son empresas privadas que hicieron con la pasta lo que les vino en gana, da igual, había que salvarlos con los ahorros de nuestros impuestos, en manos del estado. Un Estado que nos garantizó que ese rescate a la banca, no nos costaría ni un euro. Y no, no costo un euro, a fecha de hoy según el dato oficial y benevolente del Banco de España, nos costó 42,17 millones de euros. Millonada que, ni por asomo, nos van a devolver. No sé vosotros, pero yo desde entonces, llevo una cara de tonta cada vez que entro a mi banco, que no es mío, claro.


Ahora la situación es parecida, la pandemia nos está haciendo creer, dentro de la amargura inmensa de muertes y contagios, que algo bueno deberá renacer de tanta tragedia. No sé si es instinto de supervivencia, de aferrarnos a la botella medio llena, y quizá en poco tiempo a la otra, pero estamos dando por hecho que esta enorme bofetada desde lo microscópico, va a cambiar al mundo, a hacernos mejores, más solidarios. Desde el gobierno español, el mensaje de que nadie se quedará atrás después de despidos y una economía maltrecha, insufla ánimos, suena bien pero, la realidad a este lado de la tele, nos llama rápido al orden.


Como en el caso de mi amiga Manoli, que la han mandado a su casa con un ERTE. Ella trabaja en hostelería y, como es habitual en ese sector, curra a destajo unas 10 horas diarias, seis días a la semana pero con contrato de 4 horas diarias. Es decir, cobrará una mi... seria. Y lo mismo le ha pasado a Francisco, su marido; ERTE y contrato con chanchullo. Así es que han juntado sus miserias y hablaron con su banco para pedir un crédito, no mucho, además, en sus cuentas han domiciliado los pagos del SEPE (Servicio Público de Empleo Estatal) mientras vuelven al trabajo.


"Así es que mis queridas y queridos, aunque ahora parezca que las cosas cambiarán, permítanme ser agorera e incrédula"

No tienen hipoteca ni deudas ni hijos, pero pagan arriendo. La cuestión es que su banco, que no es de ellos, claro, pero al que entre todos hemos salvado, les dice que si quieren un préstamo, deben contratar o un seguro médico, de defunción o un sistema de alarma para su piso. ¡¿Perdona?! Piden pasta para sobrevivir pero les enchufan un seguro que no necesitan y si no, no hay préstamo. Y no creáis que piden una talegada, no llega a los 5.000 euros el préstamo solicitado. Ni por pandemia se ablandan, pero te instalan una alarma muy mona.


Pero mira por donde, a mis amigos les salvó la campana, al día siguiente, el gobierno español anunciaba las ayudas para pagar el alquiler, luz, agua y gas en forma de créditos a 0% de interés y a pagar en 6 años e incluso, en 10. Uf, por los pelos, que ya estaban pensando si colocar la alarma o tener un seguro médico sin necesidad. Ahora el banco les atiende con sonrisa ancha mientras les explica que el otro producto financiero, el del seguro por narices, ya no lo ofrecen. Que poca vergüenza tienen.


Así es que mis queridas y queridos, aunque ahora parezca que las cosas van a cambiar, que de tan afligidos volvemos a creer en los milagros, permítanme ser agorera e incrédula. La avaricia y el abuso seguirá y sigue igual. Ni coronavirus ni bomba atómica. Son los mismos al frente del descaro, los mismos que buscarán cómo aprovecharse de la desgracia. Los mismos que han ralentizado el uso de las energías renovables hasta que ellos se hicieran con el poder en el sector. Sigo pensando que la única forma de cambiar las cosas, es una revolución desde la ciudadanía. Y no, no hay que asaltar ni quemar bancos o palacios. Revolución pacífica, nos plantamos frente a los abusos de forma masiva y tal vez, le vean las orejas al lobo o


 


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