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Helicópteros

  • Juan Ramón Puyol
  • 8 dic 2019
  • 8 Min. de lectura

La salida de Franco del Valle de los Caídos en un helicóptero que sobrevuela la cruz compone una imagen surrealista muy del gusto español más profundamente arraigado. Por Juan Ramón Puyol

Se ha dicho que toda la escena hubiera sido un buen argumento para Berlanga que podría haber imaginado escenas hilarantes que enriqueciera el acervo cultural de la ironía patria. Buñuel y Bigas Luna habrían avivado su lado tragicómico mirando en la tele la retransmisión en directo del evento.

En la imagen del vuelo del Cougar, la más reproducida por la prensa del día siguiente, se ven dos creaciones genuinamente españolas: la cruz más grande del mundo -diseñada por la mano del propio dictador- y el helicóptero, la versión moderna del autogiro de De la Cierva. Si el avión es la imitación tecnológica de las aves en la imaginación humana; el helicóptero lo es del insecto, más propicio al estropicio que el aeroplano, que es sin duda más elegante.

Portada del periódico La Vanguardia del viernes 25 de octubre de 2019

La posibilidad de que el aparato sufriera algún accidente sobrevoló durante días y hasta el último instante, la polémica del evento. De lo que no se ha visto, la foto del cadáver de Franco, y el vídeo de la escena del transporte con la Ministra de Justicia junto al féretro -por cierto que se pudo observar que sufría algunos desperfectos, como así se informó- y, acompañado del nieto del dictador, Francis Franco, se especulará durante tiempo, pero no me extrañaría que acabaran apareciendo ambos documentos. A pesar de las medidas que tomó el gobierno para evitar la aparición de esas imágenes, el morbo de público y medios, las hará muy codiciadas.

"Cada imperio crea su propia tecnología y cada tecnología genera sus propios monstruos"

Tanto el invento de de la Cierva como el submarino de Isaac Peral, y, forzando un poco, la elefantiasis enfermiza de la concepción de la cruz, derivan de una u otra manera de los rescoldos del Imperio Español del XVI.

Cada imperio da como fruto maduro la preeminencia tecnológica, científica y cultural sobre el resto del globo. Así los citados artefactos son cosecha tardía de la hegemonía española de los siglos anteriores. De la misma manera que lo es la megalomanía imperial de un Franco, Sanjurjo o Mola y las élites económicas y eclesiásticas que apoyaron y auspiciaron el golpe de Estado contra la II República. El propio de la Cierva contribuyó a la causa, desde su posición en Londres, para conseguir el Dragón Rapide que transportaría a Franco desde Canarias a Marruecos.

Si el Imperio Británico parió la mayor flota de navíos de acero movidos por la fuerza del vapor que les dio el control de los mares y por tanto de la economía mundial durante el periodo del siglo XVIII hasta la primera Guerra Mundial, los estadounidenses tomaron el relevo con sus innovaciones técnicas que culminan con Hiroshima y Nagasaki. Cada imperio crea su propia tecnología y cada tecnología genera sus propios monstruos.

La gigantesca cruz del Valle de los Caídos, como gran monstruo del fascismo hispano, está a la altura -literalmente- de un Godzilla o un King Kong. Llegados a este punto la escena del insecto metálico blanco, con el cuerpo del dictador en las tripas, sobre el fondo de la gran cruz gris y Godzilla, torpe como siempre, manoteando para quitarse de encima al mosquito que incordia, da, como poco, para una portada del Mongolia.

Godzilla en su primera etapa de "crecimiento", posterior a 1954 y dispuesto a cazar helicópteros

El argumento de la peli sería algo así como que: Godzilla, enfadado por la profanación de la tumba de Franco -como dice la familia- se persona en Cuelgamuros para evitar la afrenta que el Parlamento español pretende causar a la historia del Imperio, que fuera reserva espiritual de Occidente.

Gojira, que así se llamó el monstruo al nacer en 1954, es una especie de dinosaurio de 50 metros de alto que despierta de las profundidades marinas tras una prueba nuclear bajo el mar de China. Cuando emerge de las aguas, aterroriza la ciudad de Tokio, escupiendo fuego y con su aliento radiactivo fumiga al que intenta escapar de sus mandobles. La alusión al terror causado por las bombas de Hiroshima y Nagasaki es obvia.

Gojira, el monstruo que dio origen al famoso Godzilla, en un cartel de la película de 1954

La película se tradujo con el nombre de Godzilla y la saga crecería, al igual que el bicho, que al poco ya media más de 100 metros de altura, tal cual, la Cruz. Durante varias décadas se estancó en esa dimensión hasta el estirón de 2017, en el que se triplica hasta los 318 metros, como avisando, que lo que se nos viene encima, es mucho más gordo.

El Godzilla de nuestros tiempos, más grande y más bestia

La arquitectura fascista crea edificios grandilocuentes, de escala inhumana, del tamaño del ego de sus inspiradores y creadores. Son lugares de una soledad y frialdad propias de la antesala del infierno. Sólo las mentes enfermas de los dictadores como Hitler, Stalin, Franco, Mussolini o la hortera dinastía coreana de los Kim, pueden concebir tan gigantescos insultos a la cultura. Por eso deben preservarse y resignificarse para poder explicar el sentido político que representan esos espacios.

Esa brutalidad arquitectónica del Valle encarna la bestialidad moral de sus creadores, inspirada, amparada y protegida bajo los principios ideológicos de los binomios Dios-Iglesia, Violencia- Ejército y Dinero-Gobierno. Sobre estas columnas se sustenta el sistema fascista. Un hombre -nunca una mujer-, se erige en líder supremo, por gracia de Dios, para poner orden en la patria, por medio de la violencia y el miedo. Financiado por una élite de ricos o un estado autoritario surge el dictador fascista y su estética, mitificada por el culto a la personalidad. Las corrientes surrealistas subvierten este orden impuesto. Ya se trate de un Berlanga, un Buñuel o un Goya, la burla de la estética totalitaria deja al descubierto el verdadero motivo de su representación: el terror. Una población atemorizada es fácilmente controlable.

"La idea era someter, primero a los vecinos, esclavizarlos hasta la muerte, y después adueñarse del Mundo durante 1.000 años"

Un solo líder, un estado represor, brutal y omnímodo se cuida de todo. Solución fácil a problemas complejos. El individuo no tiene que pensar, solo obedecer.

En televisión ponen un programa que se llama “Megaestructuras nazis”, un serial sobre el furor cementero que le cogió a Hitler con lo que reactivó la maltrecha economía alemana y que dio empleo al pueblo, que quedó fascinado con su líder. Las primeras autopistas del mundo (Autobahn) se hicieron en la Alemania nazi a la vez que la industria del acero alimentaba la voraz máquina que fabricaba nuevas armas a cascoporro. Los tanques debían circular por las Autobahn para llegar pronto a las fronteras y sorprender al vecino que todavía pensaba en defenderse a caballo o enterrándose vivo en las trincheras, como en la Gran Guerra. La idea era someter, primero a los vecinos, esclavizarlos hasta la muerte, y después adueñarse del Mundo durante 1000 años.

Para esto, Hitler, crearía una capital nueva sobre Berlín con su arquitecto personal, Albert Speer, que le hizo una maqueta de Germania (así debía llamarse la nueva capital del imperio) ante la que el Führer pasaba sus mejores horas mientras planificaba cómo apoderarse del resto de Europa. Para durar siglos y siglos debía construirse con cemento armado y granito, al estilo del Imperio Romano, y utilizando mano esclava para su construcción. Los edificios que imaginaba eran tan mastodónticos que el pantanoso suelo berlinés era incapaz de sostenerlos, lo que desesperaba a los ingenieros. El Arco del Triunfo que preparaba para su nueva capital era tan grande y tan pesado que se hubiera hundido por su propio peso, igual que se hundió el sueño del tirano bajo el peso de su ambición, arrastrando al mundo a la peor guerra de la historia.

A la guerra de Vietnam se la conoce también como la guerra de los helicópteros. Fue el arma preferida de los americanos en su estrategia para masacrar a un ejército y todo un pueblo que se escondía en túneles para huir de las metralletas, el napalm y los defoliantes.

Una de las imágenes más impactantes de aquella guerra fue portada de Life el 16 de abril de 1965. Era parte del reportaje más conocido de uno de los mejores reporteros de guerra que han existido: Larry Burrows.

La historia se tituló “One ride with Yankee Papa 13” (un paseo con Yankee Papa 13).

Fotografía de Larry Burrows, que ilustró la portada de la revista LIFE del 16 de abril de 1965

Es el propio Burrows quien lo cuenta: “Es un día más para el escuadrón de helicópteros 163 en Vietnam…” y prosigue la narración contando cómo tienen que llevar y dar cobertura a las tropas sudvietnamitas que se disponen a interceptar a una columna del Vietcong que, según Inteligencia, se dan cita en un determinado punto de encuentro a tan sólo 20 millas (unos 32 kilómetros) de la base. Para el capitán del aparato de 21 años Farley y el propio Burrows, puede ser un paseo tranquilo o convertirse en una emboscada como es cada vez más frecuente. El día anterior Farley y su tirador, Hoilien de 20 años, posan para Burrows en las tiendas de souvenir de Da Nang como si fueran dos turistas jóvenes de vacaciones en Benidorm.

Nueve soldados sudvietnamitas, el piloto y el copiloto, el jefe Farley, su ayudante Hoilien y Larry Burrows componen la expedición del Yankee Papa 13 (YP13) en el corto trayecto de 20 minutos. Burrows ha montado, sobre una percha que sobresale del aparato, una cámara que unida a un cable disparador le permitirá tomar unas buena imágenes de Fairley, que es el protagonista de la historia, como si estuviera colgado fuera del helicóptero, volando junto a él. La imagen es potente, parece que el reportaje va bien: un chico recién llegado a Vietnam en sus primeros días de combate como ejemplo de amor a la patria que es el estilo de la revista... pero la escena está a punto de dar un brusco cambio de guión. Cuando aterrizan en la zona designada y desembarcan los 9 sudvietnamitas, el piloto alerta a la tripulación para que echen un vistazo a otro helicóptero gemelo, el YP3, cuyo piloto parece desmayado sobre los mandos.

El fotógrafo de LIFE, Larry Burrows, prepara sus cámaras y las fija sobre el soporte ideado para sujetarlo en el exterior del helicóptero Yankee Papa 13 en 1965 en Vietnam. Foto: Archivo revista LIFE

Farley salta a tierra mientras otros dos tripulantes del aparato siniestrado se acercan heridos para pedir socorro. Al fondo tras una línea de árboles el enemigo dispara. Están en medio de una trampa “como una fila de patos en una caseta de feria” dirá más tarde Burrows.

Hoilien dispara para cubrir a Farley que va a comprobar el estado del piloto del YP3. Tras él Burrows con sus cámaras. Farley se encarama y comprueba que el piloto está muerto o eso parece, vuelven rápido en medio del caos de disparos que ya han impactado sobre Yankee Papa 13 inutilizando la radio y otros instrumentos. No tienen tiempo más que para despegar antes de ser cazados.

"La escena ha sido rápida pero nunca podrán sacarla de sus pesadillas. Los dos jóvenes que partieron por la mañana, vuelven mucho más viejos"

Dentro la escena es espantosa: en medio del tiroteo el ruido del helicóptero, el viento levanta polvo, hierbas y trapos ensangrentados mientras Farley dispara hacia la línea de árboles. A los pocos segundos Hoilien y Farley empiezan a atender a los heridos. El copiloto agoniza y muere mientras el otro, pálido, en shock, parece desmayado tras sus gafas oscuras. Le vendan el hombro mientras vuelven a la base. Farley llora desencajado.

Más tarde se enteran que el piloto que daban por muerto ha sido rescatado por otro helicóptero y sobrevivirá. La escena ha sido rápida pero nunca podrán sacarla de sus pesadillas. Los dos jóvenes que partieron por la mañana, vuelven mucho más viejos. Seis años después, Larry Burrows, muere en otro helicóptero cuando es derribado en Laos, en otra misión, pero la misma guerra o


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