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  • Pedro Miguel /A mi aire

Desencanto


Nunca es Navidad a gusto de todos. Hay muchos argumentos para desmontar todo el circo comercial que se ha montado en torno a estas fechas. Porque antes, toda la vida, la Navidad era otra cosa, dicho sea sin nostalgia ninguna: tenía una significación marcadamente familiar, enraizada en la tradición cristiana. Guste o no, pero era así. Ahora, en cambio, los tiempos son otros y parece como si existiera una consigna de que la Navidad de hoy no tuviera nada que ver con la Natividad de ayer.

Antes, toda la vida, la Navidad era otra cosa, dicho sea sin nostalgia ninguna

Los tiempos han cambiado, sí. Hoy, además, se ha impuesto un sesgo mercantilista que usufructúa todo el montaje navideño. Que no es ninguna novedad, aunque estos últimos años se acentúe este afán por vender, por padecer con agrado esta auténtica dana de ofertas y un desafío constante por superar a todo el mundo a base de compras desmadradas. Es la consecuencia inmediata de la invasión yanqui que padecemos (¿o es china?) de innovadoras -¡y archicostosas!- celebraciones navideñas; Black Friday, Cyber Monday, y hasta el esperpéntico Halloween carnavalero y su americanísimo "trato o truco", sin enraizamiento ninguno en nuestra cultura.

Pero es la moda, lo que manda. Como es sabido, lo que se lleva causa estragos porque es, precisamente, lo que se lleva. Y hay que llevarlo, si no se quiere ser marcado con el estigma de ser un carca de tomo y lomo. El único rescoldo de aquellas navidades de antaño son las convocatorias gastronómicas. Sabido es que en España todo se celebra en torno a una mesa bien surtida: bautizos y entierros, fiestas y despedidas, convocatorias empresariales, tan frecuentes en estas fechas, bodas y jubilaciones. Y, cómo no, Navidades, cumpleaños, santos, aniversarios y toda clase de festejos familiares y populares.

Pero también hasta aquí han llegado las nuevas tendencias, imponiendo un cambio sensible en nuestros hábitos alimenticios. La irrupción de nuevas generaciones en el mercado, con una capacidad adquisitiva todavía limitada, amén de sus hábitos y costumbres, también ha traído sus consecuencias al mercado de la manduca.

Se evoluciona lentamente hacia el abandono de la comida basura, bastante saneada al día de la fecha por cierto, y nadie se acuerda ya del tan socorrido bocata. Quedaron en el recuerdo aquellos bocadillos de pan con pan, con dos rodajas de chorizo de Pamplona o con una onza de chocolate. Los niños de las nuevas generaciones disfrutan de unas variaciones bastante sofisticadas para sus meriendas.

Y los ya mayorcitos, que se han asomado a los primeros trabajos, no son tampoco partidarios de latas, congelados ni conservas. Exigen comida sana, sin componentes procesados y, a ser posible, recién hecha. Eco. Y nada de conservantes, saborizantes, colorantes, edulcorantes y demás elementos indescifrables de unos contenidos que uno sospecha pero que nadie entiende. Piden claridad y calidad. Y si no se la dan, vuelven la espalda a tan colorista oferta sin el menor remordimiento.

"Esto ha dado origen a un nuevo tipo de consumo: el que se lleva a cabo en los mercaurantes" . Se trata de restaurantes de comida rápida dentro de grandes

centros comerciales, donde ofrecen platos listos para llevar o consumir"

Esto ha dado origen a un nuevo tipo de consumo: el que se lleva a cabo en los mercaurantes. Se trata de restaurantes de comida rápida dentro de grandes centros comerciales, donde ofrecen platos listos para llevar o consumir, recién cocinados, que ahora ha dado en llamarse cocina "en directo" o "en caliente". Este feliz término de mercaurantes se debe a David Palomo, periodista de "El Español", que ha logrado sobrevivir toda una semana consumiendo exclusivamente platos de la variada oferta de estos servicios de aceptación creciente. Según reconoce el propio Palomo, la calidad es bastante aceptable, sana incluso, y el precio muy moderado.

Esto contrasta con otra moda de desarrollo comercial creciente, implantada desde hace unos pocos años en comercios especializados de alimentación, de servir precocinados y envasados al vacío una serie de platos típicos de la navidad: del pavo al cordero, del cabrito al lechón, enteros o por medios, amén de toda una serie de fiambres y rellenos navideños. La gran ventaja de estas ofertas, que no resultan especialmente asequibles, es la comodidad. No quedan ya, en las familias modernas ni en otras muchas más tradicionales, tiempo ni ganas de cocinar como antaño. De ahí que, con un pequeñísimo y cómodo remate, estos platos estén listos para servir en la mesa. De ahí su éxito.

Todo esto, que es lógico, normal y necesario, no deja de convocar una sensación extraña, desacoplada, que no va contra el progreso pero que, al menos en el caso del arriba firmante, tampoco logra ocultar una cierta dosis de desencanto por los tiempos que se fueron y que ya no volverán. Tiempos que no fueron mejores ni peores, sino tan solo distintos o


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