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  • Pedro Miguel /A mi aire

Normalidad


Septiembre es el mes de la vuelta a casa. Al menos, para los que han podido dejar la suya y disfrutar de vacaciones. Que no somos todos, ni mucho menos. Dicen que es tiempo de retomar la normalidad. ¿Qué debemos entender por normalidad? En fin: vamos a dejarlo. Por ahora. Porque la normalidad no se limita, precisamente, a volver a la rutina. ¿O sí? Normalidad es, también, ese trabajo estresante que va mucho más allá de las horas que se cobran. Y normal resulta, por mucho que nos pese y porque nadie lo remedia, esa avalancha de contratos temporales, auténtica Dana social.

¿Qué debemos entender por normalidad?

Normales son, incluso endémicas, las interminables y archi cargadas listas de espera de la Seguridad Social: algunos especialistas estaban fijando en agosto citas y pruebas para los meses de febrero y marzo de 2020. Y no se trata de ninguna excepción. Habituales resultan, en las grandes ciudades, los atascos, las dificultades de tráfico y las búsquedas desesperantes de una plaza de aparcamiento. Y, por qué no recordarlo, esa plaga bíblica -en sus costes siempre crecientes- de la llamada "vuelta al cole". Una auténtica tortura para padres y abuelos porque, entre transporte, comedor, tablets y libros termina por desquiciar esa armonía familiar tan duramente trabajada durante el verano, con vacaciones o sin ellas.

Y quien dice costes, no puede ni debe olvidar que a la vuelta del calendario nos esperaban -y esperan, todavía- sabrosas y nada tímidas subidas de casi todo: ropa y calzado, alimentación, gasolina (bueno: carburantes en todas sus modalidades y variantes), impuestos -sí: los impuestos suben, salvo contadísimas excepciones, por mucho que se camuflen de bajadas-, alquileres, diversas energías... Todo tira para arriba, salvo los sueldos. Y ojalá no sea este el caso de las pensiones.

A estas alturas del año, y aunque haya quienes piensen que, superado el verano, todo tiende a bajar, esto no es así. Puede que ese fenómeno se registre en las zonas turísticas más concurridas. Pero no en el otro extremo, donde han cerrado las rebajas -¿por aburrimiento?- y, desde mediados de agosto, ya están a la venta abrigos y gabanes. Sí, como suena. Y eso no tiene demasiado que ver con las bajadas de precios. Quizás por eso se llaman "artículos -léase precios-de temporada".

"Lo más triste es que nadie hace nada por poner un poco de orden en esta selva

del consumo"

Todo esto resulta exquisitamente legal, aunque no deje de constituir una gigantesca tomadura de pelo al consumidor. Los comerciantes no tiene otro remedio que obrar así, si quieren sobrevivir bajo la amenaza depredadora de las grandes superficies y las mastodónticas cadenas comerciales. Y ningún medio informativo de entidad levanta su voz contra estos abusos; a fin de cuentas, viven de la publicidad. Y las tarifas también suben, a mayor gloria de los resultados. De algo hay que vivir...

Lo más triste es que nadie hace nada por poner un poco de orden en esta selva del consumo. Por eso no está de más volver sobre la última campaña electoral y leer todas las promesas efectuadas sobre estas materias, para comprobar al grado de incumplimiento -a escala nacional, regional y local-, escandaloso sin duda, para meditar sobre el respaldo y la carta blanca que otorgamos a nuestros políticos de todos los partidos instalados en el poder; en toda clase de poder. Porque para eso están en el machito y, lógicamente, la primera decisión de muchas corporaciones ha sido subir los sueldos de sus integrantes. Y sin un sólo voto en contra. Edificante.

Cuando arrancaban estas líneas, el propósito era discurrir entre los meandros de los pros y contras de la vuelta a la normalidad. Pero la realidad y los hechos son tozudos. Y la normalidad es así.

¿Es así, de verdad, o consentimos que así sea?

Menos mal que siempre nos quedará el fútbol... o


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