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  • Juan Ramón Puyol

La cena de Año Nuevo de Owen


Imagine que vive usted en Londres. Imagine que es una noche de diciembre de mediados del siglo XVIII y que tiene que salir esa tarde porque ha recibido una invitación a una cena de gala. Es usted; perdone que no le haya prevenido de antemano; un científico prestigioso, de la época victoriana y no le queda más remedio que acudir... Por Juan Ramón Puyol.

Grabado publicado por el London Illustrated en 1853, representado el evento.

Avisado el servicio, con días de antelación, para que preparase su mejor traje y el carruaje, teme que el estado de salud de su viejo caballo, le deje tirado en medio del sucio barrizal de llovizna, orín y bosta de bestia, en la fría y pegajosa neblina de carbonilla aguada en esta época en la ciudad del Támesis...

La invitación llegó lacrada, con acuse de recibo y confirmación de asistencia. Tan importante es estar en la lista, como no caer en la lista negra, y todo, a pesar de la polémica de los últimos meses en los periódicos, con el anfitrión: -“Ese engolado y presuntuoso sabelotodo de Richard Owen...” “ ¡Habrá que ver que show ha preparado esta vez su excelencia!” - Murmura usted entre dientes.

Llegada la hora de partir; caballo, cochero, carruaje y usted están listos. A mitad de camino, el frío húmedo penetraba sus huesos mientras su mente divagaba:

“...Afortunadamente ya ha pasado lo peor. Los miseros callejones de tintoreros, muertos de hambre y asfixiados en efluvios apestosos de la química moderna de esta época de máquinas ruidosas... hacía tiempo que han desaparecido... ¿Muertos? ¿Digeridos por las calles? ¿Arrastrados por el río? ¿Compacta-dos en estratos? ¿Disueltos y vueltos a espesar con el colágeno del pescado podrido del mercado, la madera podrida del estuario, el hierro oxidado de fábricas, la ceniza del infernal bosque de chimeneas, la sucia lana de la sucia oveja, con sus vísceras escurriendo por las alcantarillas?”...

Sí, aquello había pasado, aunque su peste estaba prendida en la pituitaria de la memoria colectiva.

Llegan sin contratiempos ante el magnífico espectáculo del Crystal Palace, orgullo nacional y principal centro de atracción del mundo durante la Exposición Universal de Londres del año pasado.

Ahora, en su nuevo emplazamiento, lejos de Hyde Park, también las protestas del gentío se han terminado, aunque:

“¡Maldita la gracia de venir hasta las afueras por todo este barrizal!…¡y más en final de año!”

El momento ha llegado, la sorpresa será revelada en...uno.. dos…tres:

Sí,... ahí está Owen, lo ha vuelto a hacer... Solo a un excéntrico como él se le ocurriría montar una mesa en el interior de una escultura de… ¡Un Iguanodon!

"Solo a alguien como él se le podía ocurrir organizar la cena de Año Nuevo en las tripas

de un saurio"

Desde que en 1842 publicó su trabajo, se ha convertido en el creador de una nueva rama de seres, aquellos Dinosaurios, las lagartijas terribles, que tanto dieron que hablar. Y ahora montaba este circo para acallarnos, humillarnos y reinar, por los siglos de los siglos, sobre la Historia Natural!

¡Valgame Dios!

Solo a alguien como él se le podía ocurrir organizar la cena de Año Nuevo en las tripas de un Saurio…

No sabe si llorar o reír… Con el estómago encogido, picotea con desgana la larga ristra de platos que solo una bestia del jurásico sería capaz de digerir… “¡Santo Cielo!” - Suspira derrotado.

Richard Owen junto a un fósil de Moa en 1879.

Guarda en el bolsillo interior de la levita la tarjeta con el menú. Un recuerdo del exceso. Sopas: Julien, Hare y Mock Turtle, cuatro platos de pescado; luego pavo, jamón, pollo, pastel de pichón, no sé cuantos entrantes, faisanes y becadas. De remate, ocho postres, más las frutas; y todo, más que regado, encharcado en vinos de lujo. Confiese que se le subió a la cabeza tanto sherry…

"Dentro del cráneo del animal se sentó Richard Owen, indicando que él era el cerebro

de aquella operación"

A la mañana siguiente su pensamiento examina con detalle los recuerdos, entre los vapores etílicos y la jaqueca de la resaca. La monumental réplica a tamaño natural del Iguanodon estaba muy conseguida e impresionaba. Dentro del cráneo del animal se sentó Richard Owen, indicando que él era el cerebro de toda aquella operación. Entre los 21 invitados, solo los 11 más importantes ocuparon plaza en las tripas del bicho, que de haber estado vivo habría dado cuenta de todos nosotros, como publica hoy algún rotativo. El resto nos sentamos en una mesa auxiliar.

No escatimaron en medios, habían puesto una tarima elevada, con escaleras, como un escenario por donde accedimos al “comedor”. Al poco, un sinfín de camareros, con platos recorren, entre las risas y cánticos de los convidados, el tablado en la que enseguida nos dejamos llevar del entusiasmo y la bebida.

Estudio del escultor Hawkins.

La otra estrella de la velada fue el amigo escultor de Owen, Benjamin Waterhouse Hawkins, que había emprendido un proyecto inmenso para crear y, sobretodo financiar, la construcción de una treintena de reproducciones bajo la supervisión de su mentor, Owen, que era por entonces, el superintendente del Departamento de Historia Natural del British Museum, y, artífice principal de haber vaciado los bolsillos de los capitalistas que ocuparon el interior del dinosaurio.

No faltaron los principales periodistas de Londres que dieron la máxima relevancia y publicidad al evento. La propuesta empresarial dio buenos frutos hasta que la ciencia fue dejando obsoletos los dinosaurios de cemento de Hawkins y Owen.

Arriba Fotografía del primer emplazamiento del iguanodon.

Abajo Los dinosaurios del Crystal Palace en la actualidad.

A aquellos recuerdos vuelve, ahora más dulces, una vez más, tantos años después. Este paseo por el parque de Sydenham, le hace esbozar una leve sonrisa que le ilumina su ajado rostro. Todo aquel circo científico, se fue desportillando, como hierro oxidado, cuando el sobrino de Erasmus Darwin; con el que tanto había polemizado Owen, publicó su polémico libro, “El Origen de las Especies”. Richard Owen, que se había opuesto, desde su soberbia atalaya, a la teoría de la evolución, fue difuminándose como la niebla que exhala el Támesis, cuando escampa sobre la ciudad de Londres.

Pintura de época del Parque de Sydenham del pintor George Baxter.

La inmensa figura del Iguanodon, en la que cenara una noche, hace ya mucho tiempo, aún está ahí. Carcomida por el tiempo, oxidada, devorada por las plantas que la apresan, ávidas de minerales, escarchadas por la lluvia que arrastra hasta el río, los vanos sueños de grandeza de los hombres o


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