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  • Juan Ramón Puyol

¡A machete! Notas para la construcción de una leyenda negra.


El río Congo traza un arco brutal, inmenso, insondable, que marca la piel de África como una cicatriz

de chicote sobre la tierra roja y verde del continente esclavo. Esta es la historia de su descubrimiento, explotación y sufrimiento.

Fotografía de Nsala de 1904, ante el pie y la mano amputados de su hija Boali, de 5 años.

El Estado belga se constituyó durante la conferencia de Londres en 1831 tras ser parte de los Países Bajos, territorios siempre en conflicto pues se los arrebataban unas potencias europeas a otras. El poeta Charles Baudelaire se instaló allí, hacia 1860, atraído por la pujanza económica del nuevo país donde quería dar un nuevo impulso a su carrera, pero terminó asqueado: “en Bélgica no hay vida pero hay corrupción”, dejó escrito. Poco después cayó enfermo y murió.

Leopoldo II, sucedió a su padre como el rey de los belgas en 1865 y permaneció en el trono durante los siguientes 44 años. Como joven príncipe heredero ya había mostrado interés por hacer de Bélgica una metrópoli colonial. Viajo a Sevilla donde se encerró todo un mes a estudiar los archivos de Indias calculando los beneficios que había proporcionado al Reino de España la conquista de América. Después recorrió medio mundo buscando posibles compras de territorios para el futuro imperio belga.

El rey Leopoldo II de Bélgica

En 1872 una noticia llamó poderosamente la atención de Leopoldo: Henry Morton Stanley, el famoso aventurero, había encontrado a Livingstone y comprendió que la fascinación de occidente por las aventuras geográficas sería su pantomima para hacerse con un territorio en África, donde todavía persistían grandes manchas blancas en los mapas. Cuando años más tarde, Stanley consigue inesperadamente cruzar el continente desde Zanzíbar hasta el Atlántico, bajando por el indomable río Congo, Leopoldo ya tiene clara su estratagema para conquistar un nuevo territorio: se convertirá en el mayor filántropo del mundo en el apoyo a los científicos, geógrafos e ilustrados de

la época además del libertador de los esclavos explotados por los tratantes árabes del oriente de África.

Diez millones de personas murieron en esta vil explotación, lo que lleva a Leopoldo II

al exclusivo club de sátrapas, junto a Hitler, Stalin o Pol Pot

Contactó con el héroe del momento, Stanley, y le persuadió para que trabajara para él en el descubrimiento

del Congo y, paralelamente, organizó una conferencia internacional geográfica para lanzar su gran proyecto

de llevar la civilización al continente. Durante las siguientes décadas convirtió el Congo en su propiedad privada

tras una inmensa cortina de humo de sociedades humanitarias, empresas comerciales, sociedades de beneficencia y un largo entramado de engañosas redes de agentes que compraron voluntades políticas y de periodistas

en medio mundo. Sus tácticas dieron resultado y durante largos años esclavizó a las tribus para amasar una de las fortunas personales más grandes del mundo. El precio lo pagaron los nativos que perecieron en masa bajo el yugo esclavista del rey taimado. Diez millones de personas murieron en esta vil explotación, lo que lleva a Leopoldo II al exclusivo club de sátrapas, junto a Hitler, Stalin o Pol Pot.

Arriba Grabado que representa los castigos a quien incumplía las cuotas de recogida de caucho.

Abajo El corazón blanco de África en 1860.

Stanley se abrió paso a machete por el reino vegetal del Congo cuando el rey Leopoldo le contrató para su empresa “humanitaria”. La oscura zona blanca del mapa que era el corazón África fue redibujado por el aventurero más famoso del siglo XIX.

El senador de Alabama John Taylor Morgan abogaba por organizar un éxodo general de negros de vuelta a África

y esto le fue muy útil a Leopoldo II para sus proyectos en Congo. El 22 de abril de 1884 el secretario de estado Delano declaró que su país reconocía los derechos del rey belga después de las presiones y sobornos del agente del rey en Estados Unidos. Entre las gestiones también se incluían discretos pagos a los periódicos para apoyar las campañas “filantrópicas” de Leopoldo II.

El ejército privado de Leopoldo fue “La force publique” y llegó a reunir hasta 19.000 miembros, todos negros, a las órdenes de mercenarios blancos europeos. Fueron los encargados de aterrorizar a la población para esclavizarlos utilizando las técnicas de tortura más crueles que pudieron imaginar.

Conrad sabía de lo que hablaba cuando escribió “El corazón de las tinieblas” pues él mismo había navegado la parte alta del río Congo en 1902 trabajando para “La compañía”. El narrador de esa historia, el mismo Conrad, cruza el canal de la mancha para firmar un contrato con “La compañía”. La escena que describe en este acto es una magistral mezcla entre Kafka y el Disney más tenebroso, donde una vieja portera (la bruja con berruga), teje una pieza de lana negra que Conrad identifica con una cálida mortaja. Está en la antesala del despacho y parece saber que la mitad de los alegres y bulliciosos jóvenes que entran en el edificio, de “La Compañía”, no volverán jamás. Conrad recibió el encargo de sustituir al capitán danés del “Floride” que había muerto tres meses antes en

el Congo. Con un contrato por tres años parte hacia Burdeos y de allí hasta la desembocadura del Congo que remonta hasta Boma, a unos 100 Kms. del delta y capital administrativa del Estado Libre del Congo, eufemismo que designaba la propiedad privada de Leopoldo que es 80 veces más grande que la propia Bélgica y donde él jamás posó su regio pie.

Una veintena de cabezas fueron usadas por el Capitán Rom

como decoración frente a su casa

El aventurero y escritor E.J. Glave, que fue ayudante de Stanley en el Congo, describió los efectos de una revancha de los agentes de la “Force Publique” contra los tribus rebeldes: “Se apresaron muchas mujeres y niños y se los llevaron a las cataratas, además una veintena de cabezas, fueron usadas por el Capitán Rom, como decoración alrededor de un parterre de flores frente a su casa”. Este capitán parece haber inspirado el personaje tenebroso de Kurtz: el temido demonio blanco que extermina, con violencia inaudita, a los habitantes de una región remota de la oscura selva. Es el mismo prototipo que inspira a Coppola la personalidad del coronel Kurtz (Marlon Brando), en Apocalypse Now, cuyos métodos de represión espantan a sus propios jefes. El Kurtz de Coppola muere a machete en la escena final de su mítica película.

Arriba La casa del capitán Rom en las cataratas Stanley, con un grupo de trabajadores en primer plano.

Abajo Detalle de las calveras “decorativas” descritas por Glave en sus crónicas.

Años después, en 1897, Leopoldo II de Bélgica organizó una exposición universal para mostrar al mundo sus logros. De todas las instalaciones concebidas por el rey, la más celebrada y concurrida, (por sus instalaciones pasaron más de un millón de personas), fue la que se montó en Tervuren. En un parque de esa localidad se distribuyeron un total de 267 hombres, mujeres y niños congoleses en tres poblados distintos. Uno fluvial donde los negros daban vueltas en sus canoas por el estanque. Otro selvático, con sus chozas de barro y paja, y uno civilizado, vigilado por 90 miembros de la “Force Publique”, con banda de música incluida. Por el día estaban expuestos en esos recintos y por las noches dormían en los establos reales, lo que habla a las claras de la visión que de ellos se tenía. Leopoldo hizo colocar unos cartelitos, tras una visita que hizo, donde advertía de no darles de comer chuches a los africanos pues se quejaron de indigestión ante el rey.

Los esposos y misioneros baptistas Alice Harris y John Harris trabajaron en la asociación para la reforma del Congo fundada por el incansable Edmund Dene Morel. De ellos son la mayoría de las fotos que se proyectaban en los mítines donde se denunciaron los crímenes esclavistas, en Estados Unidos y en Gran Bretaña. Los testimonios que se narraban ante un numeroso y conmocionado público eran de uso común en la bárbara explotación humana del país.

Si alguno de los habitantes incumplía su cuota era azotado con el chicote

La práctica habitual: los agentes de ”La Compañía” se instalaban en una zona y controlaban el distrito compuesto por pequeñas aldeas a las que se les imponía un cupo de recolección de caucho y marfil que pasaban regularmente a recoger. Si alguno de los habitantes incumplía su cuota era azotado con el chicote, que dejaba grandes heridas abiertas y a veces acarreaba la muerte del indígena. Cuando se volvía a infringir la cantidad impuesta se castigaba con la amputación a machete de un pie o una mano. La “Force Publique” no hacía diferencia entre hombres, mujeres o niños. Los Harris contaban: “... un padre africano subió a toda prisa los peldaños del porche de nuestra casa de barro y depositó en el suelo la mano y el pie de su hijita cuya edad no pasaría de los 5 años”. La niña se llamaba Boali.

Cuando Hergé envió a Tintín y Milú al Congo en 1930, no se podía imaginar que años después su álbum sería señalado, con una vitola amarilla, como material racista. Entonces nadie sabía exactamente qué había pasado en

su lejana colonia y todavía no había tomado cuerpo el rechazo al colonialismo. El orgullo nacional desconocía

o tapaba el genocidio de más de diez millones de africanos en los primeros años del siglo XX cuyo ideólogo merece estar entre los peores criminales del siglo. Cuando se publicó entre 1930 y 1931 seriado y en blanco y negro, en el periódico conservador belga “Le Vingtieme Siecle”, es posible que el recuerdo de la primera guerra Mundial hubiera nublado la memoria del drama del Congo belga.

Viñeta de Tintin y su vuelta desde el Congo en 1930, en Le Petit Vingtieme.

A finales de la década de 1950 la noticia estaba en África donde los procesos de descolonización hacían hervir

el continente entero. Testigos de aquello fueron Kapuscinski o el fotoperiodista Robert Lebeck que fotografió al disidente Joseph Kalonga en el momento que arrebata el sable (un machete estilizado), que el rey Balduino lleva durante el desfile de traspaso de poder al electo, Patrice Lumumba, que no tardaría en ser asesinado por los partidarios del golpista Mobutu. Este dictador, a las órdenes de los Estados Unidos, permaneció saqueando

el país por más de 30 años. El simbólico robo del sable de Balduino duró poco en manos del pueblo. Los belgas

no terminaron de marcharse y siguieron explotando los minerales del Congo.

Los cambiantes juegos políticos de los europeos en la zona propiciaron la asociación de los belgas, primero

con los Tutsis y, después con los Hutus, que con el tiempo degeneraron en guerras y en el genocidio de 1994.

Los conflictos de intereses económicos occidentales en el corazón de África prendieron con la propaganda engañosa de la supremacía racial de unos sobre otros -algo completamente absurdo- pues ambas etnias llevaban siglos mezclándose y conviviendo. A principios de 1990 y tras tres años de hostigamiento de las milicias Tutsis

de Kagame dieron la excusa a los Hutus para planear la venganza en el país de las Mil Colinas.

La ideología que sustentó la matanza fue importada de Europa. Los belgas repartieron por primera vez, en 1933, los carnets de identidad en la que se dividía a la población en etnias y se distinguía a unos como Hutus o Tutsis. Los mismos carnets que 60 años después decidían quién moría y quien vivía en los controles de carreteras que los Hutus montaron por todo el país. Si el documento te señalaba como Hutu, pasabas, si eras Tutsi, ejecución

a machetazos y a la cuneta.

Arriba Portada revista TIME de 1994

Abajo Kangura revista promotora del genocidio.

Así en los cien días que van de abril a julio se perpetró la horrible y televisada matanza. Con los cientos de miles de machetes importados en contenedores desde China, se perpetró el genocidio de Tutsis a manos de sus vecinos Hutus en la primavera de 1994, tras una falaz campaña inspirada por el racismo de la Europa del siglo XIX y XX, convirtiendo Ruanda, en el sumidero del mal que engulle 800.000 almas en tres meses. La radio de Las Mil Colinas envenenó con sus mensajes asesinos las mentes de la población durante meses: “talad los árboles altos

-refiriéndose a la mayor altura de los Tutsis-, o “aplastad a esas cucarachas”, tronaban los transistores.

Las batallas de la Play Station se pagaron con sangre inocente

Cuando a finales de los 90 la PlayStation 2 revienta como un éxito mundial inesperado, las reservas de coltán

de Sony resultan completamente insuficientes para satisfacer la ansiosa demanda del producto. Este hecho atrae

a los cazadores de oportunidades y convierte nuevamente al Congo en tierra de guerras en busca del precioso mineral, no solo presente en la consola sino en cualquier dispositivo móvil, amén de las máquinas de guerra de

los ejércitos más avanzados. Las facciones que ya estaban en conflicto recrudecen sus acciones para controlar

las zonas de producción ilegal de coltán y esclavizan bajo sus fusiles a los pobladores, sobre todo niños, para la extracción, en un 90% ilegal, descontrolada y sangrienta, de los recursos. Las batallas de los juegos de la Play se pagaron con sangre inocente. Una vez más.

Desde los macabros episodios

de León Rom (en la foto), y hasta nuestros

días, un torrente de sangre alimenta al río Congo.

Primero fueron los esclavos, después, el caucho y el marfil, le siguieron las explotaciones de minerales y la guerra por los recursos. Tras 500 años, después de su descubrimiento un inagotable torrente de sangre alimenta, como un afluente maldito, el terrible río Congo.

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