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  • Pedro Miguel

Abuelos


Verano y abuelos son dos temas recurrentes, cada año, a estas alturas de la canícula. Porque el verano, que parece una bendición para muchas familias -vacaciones, veraneo, aire libre, paga extraordinaria...- resulta una condena para otras y fuente de graves conflictos. A todos se nos llena la boca con alabanzas a nuestros mayores, gracias

a los cuales, que se desviven en atenciones y cuidados con los nietos, los padres pueden trabajar fuera de casa. Son, sin duda, unos y unas asistentes de lujo a un precio muy asequible: gratis total.

El cuidado de nietas y nietos es una ocupación muy extendida, escasamente reconocida y en absoluto retribuida: un trabajo casi obligado para gran parte de los jubilados patrios que, dados los niveles de paro existentes, han terminado por convertirse, además, en el sostén económico de tantísimas familias que gracias a los abuelos y a sus pensiones, pueden comer todos los días.

Pero este apoyo incondicional y generoso no siempre encuentra la adecuada correspondencia por parte de esas familias que tanto se benefician de su concurso. Para empezar, desde el momento mismo en que se planifican las vacaciones, los abuelos en no demasiadas ocasiones son tenidos en cuenta. Ni se les pide su opinión ni se les invita a participar en planes y proyectos: su opinión no cuenta, porque a nadie le interesa su punto de vista. Es más: raramente participan y comparten estas excursiones al mar o a la montaña. O al pueblo de sus ancestros, en el que pueden disfrutar de la casa familiar de los abuelos, que se quedan en casa sin que trascienda ni se valore su gran resignación. Y ya fuera de casa, hijos y nietos -si están en la edad- ni se molestan en llamar por teléfono a sus mayores. ¿Para qué?

Aunque eso no es todo. Hay situaciones harto más graves. Por ejemplo, el abandono estival de los abuelos. Todos los años, llegadas estas fechas, los periódicos -hoy, los noticiarios de radio, TV e Internet- son generosos al informar de abuelos "olvidados" en una gasolinera o ingresados por urgencias en éste o aquél centro hospitalario. De la Seguridad Social, por supuesto, no sea que encima tuvieran que pagar por la estancia. Porque no se trata de ningún balneario o casa de reposo: son las urgencias a las que tan aficionados somos los españoles. El truco es legal, y cuanto más se conoce, más se extiende. Consiste en llegar a urgencias con el abuelo, la abuela o ambos y, con semblante compungido, explicar al médico de guardia lo mal que se encuentran estos pacientes mayores y precisar con todo lujo de detalles las características de ese repentino -y sospechoso- mal que les aqueja.

Tras dejar al enfermo en el hospital, sus allegados han emprendido sus vacaciones, abandonando al abuelo o la abuela.

En el Servicio de Urgencias no pueden rechazar a ningún paciente -incurrirían en denegación de auxilio-, al menos hasta que hayan constatado, con las pruebas oportunas, las características del mal que les aqueja y la gravedad del mismo. Una vez cumplidos los trámites, extienden el alta médica y llaman a los familiares para informar del estado del presunto enfermo, del tratamiento a seguir, si procede, y preparar su vuelta al hogar. Entonces surge la sorpresa: no puede localizarse a ningún familiar. Tras dejar al enfermo en el hospital, sus allegados han emprendido sus vacaciones, abandonando al abuelo o la abuela. Y como nadie lo reclama, no se le puede obligar a abandonar el centro sanitario. Así que se queda allí "aparcado", en unas inesperadas y tristísimas vacaciones hospitalarias. Muy bien atendido, eso sí, con cuatro comidas y cama limpia. Y así hasta que, de regreso de su viaje, los hijos pasan por el hospital cuando bien les viene y se llevan con ellos al abuelo o abuela. "Fue un despiste", alegan algunos; otros, ni siquiera eso.

El resultado han sido unas vacaciones tranquilas, un veraneo muy satisfactorio y una completa ausencia de problemas y preocupaciones. Pero nadie pregunta al anciano qué tal lo ha pasado y si repetiría esta experiencia, tan entrañable, el año próximo... Y,. encima, no nos cansamos de ensalzar el buen pulso de la familia. ¿De qué familia?

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