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  • Marian Giménez

Másteres


Estamos en época de vacaciones y el vendaval Cifuentes, es historia. Todo transcurre tan rápido que en nuestro país, también se ha dado un cambio de gobierno, generando casi por necesidad una corriente de aire fresco, con expectativas de cambios que nos permitan tener una mayor equidad y derechos sociales, tremendamente mermados. Ya sabemos que la realidad es tozuda y todo será francamente difícil, pero hoy en estas líneas pelearemos para que la realidad pueda transformarse.

Confirmamos, la sospecha de que siempre hubo clases. Y aquellos que pregonaban con grandes altavoces, que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades y que solamente con la cultura del esfuerzo y la voluntad individual, emulando el sueño americano junto con la austeridad criminal, se podía llegar a cualquier parte. Estos predicadores habían construido un entramado académico a la altura de sus necesidades, es decir sin esfuerzo, con dinero y ellos sí por encima de sus posibilidades, porque la posibilidad de sacar un máster y la convalidación de multitud de asignaturas, se tiene que hacer de forma reglada, igual para todos los alumnos: Matriculándose, ir a clase, presentar un trabajo elaborado y por supuesto tener dinero para poder pagarlo.

Es un hecho el empobrecimiento general de las clases trabajadoras, concentrando su esfuerzo en sobrevivir. Los contactos se han convertido en todas las posibilidades y aún más, si se tiene dinero y se ocupan puestos de poder.

Decididamente no, no podemos permitirlo. Sin embargo veamos que lo ocurrido, refleja también una realidad soterrada, de la cual no se habla y forma parte de lo que ahora llaman excelencia, pero es una excelencia inflada

y artificial, mercantilista, donde se han ofrecido y se ofrecen cursos, máster y formaciones que responden al estrés voraz del mercado, no a unas necesidades educativas y de formación. Es el complejo, que bautizo aquí con el nombre de titulitis desorientada, donde las dificultades de financiación de las universidades públicas, se ponen de manifiesto. Añadir la indecente proliferación de universidades privadas y un conglomerado de instituciones que dan formación para conseguir certificaciones, que sirvan en el desarrollo de un puesto de trabajo, pero pagando previamente, por mencionar sólo algunos ejemplos.

Esta sacrosanta idea de la competitividad, genera sociedades agresivas e insolidarias

Añadir también el estado lamentable de la Formación Profesional, donde la escasez de oferta y de plazas obliga a que los alumnos y alumnas, en el mejor de los casos tengan que desplazarse lejos de sus barrios o de su vivienda habitual.

Esta sacrosanta idea de la competitividad, genera sociedades agresivas e insolidarias. No nos forma, ni desarrolla pensamiento crítico alguno, solo produce alienación, en términos marxistas y es posible para los que viven por encima de sus posibilidades, es decir aquellos que se saltan las normas, tienen contactos o dinero.

La excelencia académica, debe buscarse en recuperar y restituir las llamadas Ciencias Humanas. Poder estudiar las artes, la música, la filosofía, la historia. Aprender el origen de nuestras lenguas, de nuestras palabras, el latín y el griego, la literatura.La excelencia académica tiene que ser otra forma de equidad, no solamente las notas brillantes, los títulos acumulados. La excelencia académica es un futuro donde haya un diálogo permanente con nuestro entorno y con los mundos desprotegidos, pobres, injustamente maltratados.

Para finalizar, pongo de relieve las palabras del nieto de Francisco Tomás y Valiente, Paco, como le conocen sus allegados, galardonado por su brillante expediente académico en los Premios Extraordinarios a los mejores alumnos de la Comunidad de Madrid:

“La calidad educativa no puede reducirse a la excelencia académica, sino que implica también otro elemento esencial aparte de la excelencia, la equidad. No sólo son excelentes aquellos que obtienen óptimos resultados, sino muy especialmente los que consiguen superarse en circunstancias menos ventajosas como problemas familiares, aprietos económicos o dificultades de aprendizaje”. Y finaliza: “no podemos permitir que el olvido de nuestra suerte presida esta celebración”

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