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  • Pedro Miguel

Bullying


Aunque aquí, con espantoso anglicismo, ha dado en llamarse bullin -tal como suena-, no deja de representar una de las lacras sociales más radicales e inaceptables de nuestros días. ¿Qué es el bullin?¿Bueno, pues parece un derivado de Bully que en inglés significa "matón, valentón; el que maltrata a los débiles". Nada menos. Porque es un concepto que va más allá del acoso y que tiene la particularidad de que crece con fuerza -hoy, aquí, mucho más próximo de lo que nos pensamos- entre niños y adolescentes, especialmente en centros escolares: colegios, academias e institutos.

No es un fenómeno que se dé exclusivamente entre jóvenes. También puede darse entre grupos de cual-quier tipo: agrupaciones, clubs, comunidades de vecinos, locales de trabajo. Y entonces se llama aislamiento, o acoso, y no conoce tanta violencia porque entre adultos la impunidad no resulta tan barata, pero ambos universos tienen algo en común: las actuaciones de bullyng se ceban siempre en personas débiles. Y en las que, además, suele darse la circunstancia de que las víctimas son buenísimas personas, excelentes amigos y compañeros. Lo que incentiva la envidia, que parece constituir el fondo de muchas de estas actuaciones agresivas.

Y este es un aspecto en el que conviene profundizar: las víctimas. ¿Quiénes son las víctimas? Pues no es que no esté claro sino que los agresores y sus entornos familiares -y, con excesiva frecuencia, algunos maestros y profesores, por desgracia- justifican estos actos amparándose en las circunstancias sociales o en imaginarias provocaciones. Y la justificación, mal que nos pese, funciona; al menos, en gran parte de las ocasiones.

Los medios de comunicación comentan, un día sí y otro también, episodios de bullying que no reciben el rechazo social que merecen. Y lo más grave de estos casos es que las comunidades académicas, con excesiva e intolerable frecuencia, terminan recomendando a la víctima que se quede en su casa durante diez o quince días, hasta que pase el vendaval. Y, luego, poco a poco, se habla con la familia para que lleve al joven, o a la joven, al psicólogo.

Y que, a ser posible, matriculen a la víctima en otro centro, o hasta la conveniencia de cambiar de localidad de residencia. O sea que, además de víctima, recibe el castigo añadido de un vergonzoso alejamiento.

Quedan ahí los agresores, en una zona oscura de la que muy pocas veces trasciende dato alguno. Porque no interesa.

¿Y qué hacemos con los agresores, o con esos profesores? En primer lugar, suspender a divinis a semejantes

enseñantes: no merecen ser considerados educadores sino cobardes. Así de rotundo. Porque mientras dejan desasistidos y vulnerables a algunos de sus discípulos, buscan ampararse en una declaración legal de "autoridad"; estatus que, teóricamente al menos, les protege de la violencia de algunos alumnos -o de algunos padres- que se descarga contra ellos. Y que es igual de injusta e intolerable. Pero esta protección debería ser igual para todas las víctimas. No como ahora.

Quedan ahí los agresores, en una zona oscura de la que muy pocas veces trasciende dato alguno. Porque no interesa. Por no traumatizar a los pequeños matoncetes. Hay ocasiones en las que hasta se abre un expediente disciplinario contra ellos, pero que casi nunca desemboca en medidas contundentes. En otros casos, se ha llegado, incluso, hasta alguna expulsión temporal; pero como esta iniciativa no se ve acompañada de una mentalización de los compañeros de aula, regresan como héroes las más de las veces. Y vuelta a empezar: los "represaliados" buscan otra víctima a la que zaherir. Con el conocimiento de toda la comunidad escolar. Que ni se inmuta. Y que resulta, por lo tanto, cómplice y corresponsable.

Un vuelta a empezar, otra vez, aunque con mayor dosis de violencia psicológica y física cada vez. ¿Alguien conoce el caso de un chaval que ha terminado suicidándose porque no podía soportar, y mucho menos superar, el inmenso sufrimiento de un bullying? Pues sí. No son casos frecuentes, pero existen. Ahí están. Basta con leer los periódicos. Y estarán, mientras nadie haga nada por arreglarlo. Porque solución sí que tiene. Otra cosa es que exista voluntad de remediarlo. Ojalá ninguno de los lectores padezca, en sus hijos, un caso de bullying.

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