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  • Juan Ramón Puyol

La ley del muro


Una mañana del pasado mes de julio la puerta trasera del Bataclan de París apareció decorada con una figura blanca. La misma puerta que muchos atravesaron poniendo a salvo sus vidas, mientras en el interior, una jauría de perros rabiosos, asesinaba a 89 jóvenes. Esta puerta enmarca, hoy, la figura de una niña que cabizbaja y triste, se desvanece hacia los pies. Como un fantasma. Su cara está velada por un pañuelo de encaje. Es una de esas niñas que pinta Banksy.

Puerta trasera de la sala Bataclan con la obra de Banksy / Foto Banksy

El artista visitó la ciudad y dejó cinco pinturas nuevas en la capital de Francia. La del Bataclan, que rinde homenaje a las víctimas de aquel horror, otra, frente a un comedor social, denunciando las injusticias que sufren los inmigrantes. Una más, recordando el Mayo del 68 y la revolución francesa con Napoleón a caballo enmarañado en su propia capa. El autor anónimo más conocido del mundo, pasó por París y no se olvidó a su padre artístico: Blek Le Rat, a quien dedicó algunos dibujos de roedores.

Los dueños del local se han apresurado a preservar la pintura con un metacrilato transparente. Allí, un grafiti tapa a otro en una noche. La ciudad se escribe y se reescribe a diario. La fiebre del arte urbano hace tiempo que se ha apoderado de las paredes de esta megalópoli que recibe 30 millones de visitantes al año. El récord mundial.

Como los perfumes y la moda; París, Londres y Nueva York son, también en el caso del grafiti, el triángulo de la fama, lo exquisito y lo exclusivo. También de lo excesivo y de lo efímero. Ahora que la industria de la moda se ha apropiado del lenguaje de los artistas callejeros y que las galerías apuestan por ellos, no hay duda de que su iconografía ha entrado en la historia del arte.

Un artista local, Invader (el creador de los “Space Invaders”) es el magnate de las mejores esquinas de esta ciudad. Su inconfundible estilo le da reconocimiento mundial: teselas de piscina multicolores que forman un pequeño mosaico que representa un marcianito de la primera época de los videojuegos.

Desde las cavernas hasta las puertas de los servicios públicos, parece que los humanos queremos

dejar nuestra impronta a la vista de todos.

La historia del grafiti actual comienza en Filadelfia desde donde salta a Nueva York. El apogeo del movimiento del espray se da en los 80’, en las pintadas de los vagones del metro de la Gran Manzana, hasta que las autoridades deciden combatir lo que llaman “vandalismo callejero”. La represión, con penas de cárcel, fuertes multas y la persecución de los grafiteros terminó con lo que fue la seña de identidad de Nueva York en esa década: la serpiente multicolor fue mudando su piel a fuerza de palos. Pero el movimiento ya se había hecho internacional

y se expandía como una epidemia que preocupaba a los ayuntamientos de medio mundo.

Mucho antes de la aparición de los aerosoles, la gente, ya rayaba las paredes para dejar constancia de su presencia. En la época del Imperio Romano el personal gustaba de dejar su firma en los monumentos que Roma dejaba por doquier. Desde las cavernas hasta las puertas de los servicios públicos, parece que los humanos queremos dejar nuestra impronta a la vista de todos. Árboles heridos por amor, grabados en los monumentos faraónicos, rocas rayadas en los más altos riscos, huellas, firmas, tachones, rayajos, inscripciones y dibujillos: el hombre deja su recuerdo donde quiera que pueda llegar.

Invader, por ejemplo, ha pegado casi 3.000 artefactos en varias decenas de ciudades de todo el mundo. Esas esquinas desde las que nos hace un guiño: la vida es bella, todo es color y fantasía y la ciudad es un gran salón de videojuegos.

Uno de los marcianos de Invader en pleno centro de la ciudad.

Pero para muchos artistas las paredes son una pancarta desde la que protestar, denunciar, contar historias. Entre todos, uno tras otro, convierten las calles en un palimpsesto que se escribe y se borra, se retoca y vuelta a empezar. Solo la fotografía y el video son testigos de aquellas obras condenadas a desaparecer a manos de los depredadores paseantes o los servicios de limpieza.

El primer fotógrafo en darse cuenta de esto fue el también parisino, Brassai, que en la década de los 30’ comenzó a documentarlos de manera exhaustiva. Esas fotografías han sido expuestas y reeditadas en varias ocasiones como testigo de un tiempo que nunca volverá. El propio Banksy fotografía sus obras consciente de lo efímero de las pintadas y tanto editores como galeristas sacan de cuando en cuando obras originales de artistas callejeros. También en esto Banksy es el campeón: su cuenta corriente guarda unos cuantos millones de euros provenientes de la última fiebre del arte: coleccionar grafiti.

Escalinata de la calle del Calvário, lleva hasta el corazón de Montmartre y es la favorita de los artistas.

Perseguidos por la policía, igual que a los activistas políticos que pintaban con brea sus consignas, el espray de colores saltó el Atlántico huyendo de la persecución, después de dejar el metro de Nueva York como una serpiente hippie que se hubiera vuelto loca por el carnaval. Huir de la policía, en la noche, saltarse las leyes, arriesgarse en escaladas peligrosas, mientras se pinta en los sitios más osados e inverosímiles, son la gasolina de los grafiteros. Los más irreductibles de los actuales pintores de calle se consideran vándalos y desprecian a los que se han pasado al lienzo. Sin adrenalina no hay arte. El grafiti es ilegal o no es nada.

Lo primero es expandir una firma (TAG), después conquistar la ciudad y luego el mundo... Así nacieron mitos como Keith Haring y Basquiat. Admirados e imitados, están presentes en las mejores colecciones y museos modernos.

Bristol es la capital del grafiti con plantilla. Allí nació Banksy. Hoy el ayuntamiento protege sus mejores pinturas

y las de sus colegas consciente del atractivo turístico para miles de seguidores de este arte.

Fotocopia gigante bajo uno de las autopistas al norte de París.

Creadores como Shepard Fairey (que saltó a la fama cuando Obama le encargó el cartel con el que ganó las elecciones), el propio Blek Le Rat, Andre, Zeus, Seizer, Neckface, Swoon, Kim Roboo y en España, el desaparecido Muelle, como los rockeros, son ídolos juveniles. Sus obras se pueden ver por todo el globo y son muchos los fotógrafos y aficionados que coleccionan imágenes de sus intervenciones.

En la actualidad las modalidades de esta pintura van desde Tag con espray, las fotocopias gigantes, las pegatinas, hasta los pinceles y las plantillas. Aunque últimamente esta actividad está más tolerada, imperan las mismas reglas de siempre: la noche, el anonimato, el riesgo, la transgresión, lo prohibido, la clandestinidad, el secreto de la tribu, lo ilegal y la expresión del yo rebelde. Es la ley de la calle, la ley del muro.

Juan Ramón Puyol

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